Carta de Martin Heidegger a Hannah Arendt

 

Carta de Martin Heidegger a Hannah Arendt

 

Carta de Martin Heidegger a Hannah Arendt

¡Queridísima!

Gracias por tu carta. Si solamente pudiera decirte cómo soy feliz contigo- acompáñándote mientras tu vida y mundo se abren de nuevo. Y puedo ver apenas cuánto has entendido y cómo todo es providencial. Qué nadie aprecia jamás es cómo la experimentación consigo mismo, por esa circusntancia, todos los compromisos, técnicas, moralización, escapismo, y cerrando su crecimiento puede inhibir y torcer la providencia de Ser. Y esta distorsión gira en torno a cómo, a pesar de todos nuestros sustitutos para la «fe,» no tenemos ninguna fe genuina en la existencia en sí misma y no entendemos cómo sostener cualquier cosa como esa por nosotros mismos. Esta fe en la providencia no excusa nada, y no es un escape que me permitirá terminar conmigo de una manera fácil. Solamente esa fe-que como fe en en el otro es amor-puede realmente aceptar al «otro» totalmente. Cuando vi que mi alegría en tí es grande y en crecimiento, eso significa que también tengo fe en todo lo que sea tu historia. No estoy erigiendo un ideal-aún menos sería tentado jamás a educarte, o a cualquier cosa que se asemeja a eso. Por suerte, a tí -como eres y seguirás siendo con tu historia- así es cómo te quiero. Sólo así es el amor fuerte para el futuro, y no sólo el placer efímero de un momento – sólo entonces es el potencial del otro también movido y consolidado para las crisis y las luchas que siempre se presentan. Pero tal fe también se guarda de emplear mal la confianza del otro en el amor. Amor que pueda ser feliz en el futuro ha echado raíz. El efecto de la mujer y su ser es mucho más cercano a los orígenes para nosotros, menos transparentes, por lo tanto providencial pero más fundamental. Tenemos un efecto solamente en cuanto somos capaces de dar-si el regalo es aceptado siempre inmediatamente, o en su total, es una cuestión de poca importancia. Y nosotros, cuanto mucho, sólo tenemos el derecho de existir si somos capaces de que nos importe. Nosotros podemos dar solamente lo que pedimos de nosotros mismos. Y es la profundidad con la cual yo mismo puedo buscar mi propio Ser, que determina la naturaleza de mi ser hacia otros. Y ese amor es la herencia gratificante de la existencia, que puede ser. Y así es que la nueva paz se desprende de tu rostro, el reflejo no de una felicidad que flota libremente, pero sí de la resolución y la bondad en las cuales tú eres enteramente tú.

Tu Martin.

Una historia de amor comenzó en el otoño de 1924 entre un filósofo alemán en pleno ascenso, de treinta y cinco años, casado, con dos hijos, y la estudiante Hannah Arendt, judía, soltera y de dieciocho.

De las 166 cartas que perduraron, cerca de las tres cuartas partes fueron escritas por Heidegger. Heidegger, miembro del partido y pro Hitler, y Hannah Arendt, que trabajó para distintas organizaciones judías y participó cuando el establecimiento del Estado de Israel en el sionismo, mantuvieron una cercanía afectiva que sus cartas testimonian en el presente.

Martin Heidegger
Martin Heidegger

QUEMÁNDOME DE A POCOS POR FANNY JEM WONG

QUEMÁNDOME DE A POCOS POR FANNY JEM WONG
QUEMÁNDOME DE A POCOS POR FANNY JEM WONG
QUEMÁNDOME DE A POCOS
Publicado el 20/04/2008 a 06:45
Por jemwong
 
 

 

 

 

QUEMÁNDOME DE A POCOS

Hoy escribo quemándome de a pocos,
mientras las cuerdas de la vieja guitarra
rompen con su llanto los  silencios…
Con el pecho arponeado de recuerdos,
con  las manos colmadas de ocasos.

Quemándome de a pocos,
a sabiendas  de que he de morir
alejada de las ausentes flores
que adornaran alguna vez la  mesa.

Quemándome de a pocos,
Con  los pies cansados y cubiertos
hasta la absurda cabeza, 
por estériles e inútiles semillas,
convertidas  tantas veces en versos.

Sofocada hasta el hartazgo,
con la derrota a cuestas,
con los sueños carbonizados,
con  las heridas secas…

 
Quemándome de frío
entre campanarios muertos,
con  las verdades pintadas
sobre sábanas desvanecidas.

Hoy le escribo, a la sabiduría
de su almidonado cuello,
al corazón de su lustroso calzado
quemándome de a pocos

Porque para morirme esta noche
al son de las embrutecidas neuronas
de su colosal  y palpitante armadura
lo que me sobra, lo que me sobra… es  tiempo.

 FANNY JEM WONG
19.04.2008

 
“Cíñete la corona y enciende de una vez por todas el pensamiento”

JEM

 

 

QUEMÁNDOME DE A POCOS POR FANNY JEM WONG
QUEMÁNDOME DE A POCOS POR FANNY JEM WONG

COSAS-QUE-DISFRUTO

«Aquel que no sabe valorar los placeres de la vida

es que no los merece.»
Anónimo 

“Cartas al Castor”, de Jean Paul Sartre a Simone de Beauvoir

 

“Cartas al Castor”, de Jean-Paul Sartre

 

 

A Simone de Beauvoir

Mi querido Castor

Le escribo al calor de la lumbre, bien arrimado a la estufa, aunque el tiempo sea ahora mucho más clemente. Esta noche, incluso, hubo deshielo, y como la antevíspera las tuberías habían reventado, a eso de las dos un rugido despertó a Paul -yo dormía como un bendito-. Creyó que era el fuego, pero era el agua. Se vistió a toda prisa y se lanzó al pasillo, ya inundado. Hubo un tremendo ajetreo y finalmente cortaron el agua. No tenemos ni una gota para lavarnos -sabe usted que esto no me preocupa mucho-. Sólo es un fastidio por los retretes, que ahora no podemos limpiar, y en los que excrementos de diversas procedencias se interpenetran íntimamente al capricho de las heladas y deshielos hasta constituir un budín inmundo y voluminoso. “Hacemos” en el campo. Creo que Paul sufre las consecuencias y está estreñido por vergüenza de mostrar el culo.

Hoy, pues, era Año Nuevo. No se tradujo en nada fuera de lo común, salvo que hubo un excelente choucroute y mucha gente en el restaurante de la estación. Y ayer, Nochevieja, tampoco sucedió gran cosa, excepto que una ignota bestia puso a todo volumen la radio de los oficiales, tras marcharse éstos, y acompañó la música aporreando al azar el teclado del piano, hasta medianoche. Yo, por mi parte, escribía tranquilamente en nuestro pequeño local.


El paisaje es siempre el mismo, un tenue polvillo de nieve, un poquito de blanco por todas partes, bastaría rascar apenas con la uña y aparecería el negro de la tierra helada y de los árboles. Estuve todo el día retocando pasajes de mi novela, en cuanto acabe me pondré a trabajar en Septembre; estoy contentísimo. Espero poder publicar los dos volúmenes a la vez, sería mejor, se vería mejor a dónde apunto. Aquí el mundo es idéntico a sí mismo: Paul siempre alarmado; Mistler me presta mil pequeños servicios a cambio de mis enseñanzas. Fue él quien hizo los paquetes de libros que les enviaré a Bost y a usted en cuanto me haya mandado algún dinero y, como un soldado me había pedido El muelle de las brumas, de Marc Orlan (por error, creyendo que iba a encontrar entera la historia de la película) y yo le había pedido a Mistler que me lo recordara, esta mañana vino a hacerme acordar pero el libro estaba en uno de los paquetes de Bost y entonces deshizo el paquete y después lo ató de nuevo. Además hará que me envíen los Nocturnos y Preludios de Chopin para que los estudie al piano. Entre los secretarios y nosotros hay envidias de familia. Por supuesto, los envidiados somos nosotros. Parece que es mi suerte despertar envidia por todas partes, desde la Ciudad Universitaria hasta aquí. Pero, sobre todo, hablan. Es una clase de envidia débil e impotente que sólo conocía de oídas y que ni siquiera llega a la maledicencia. Por ejemplo, todas las mañanas, cuando vuelvo de desayunar, paso delante de sus ventanas y ellos comentan: “Vaya, es Sartre volviendo del café. Sí. Ha estado con la linda Charlotte. Los otros habrán hecho el sondeo sin él”, etc. No difiere de la constatación de hecho más que en la intención de censura amistosa que le ponen, pero en el fondo es una simple constatación de hecho, porque no consiguen determinar exactamente lo que hay que censurar: ¿que yo disponga de bastante dinero, tiempo, puerilidad para permitirme un desayuno en el café? Todas las mañanas el objeto les parece vagamente escandaloso, y todas las mañanas lo señalan al pasar, sin más, se ha vuelto un menudo escándalo habitual del que no podrían prescindir. Están en el grado inferior de la escala. Naturalmente, todo esto me lo comunica el bueno de Mistler, quien hasta querría que dé un rodeo para evitar sus miradas, pero como ya se puede usted figurar, sería demasiado cansador. Y eso es todo. El Diario de Stendhal me encanta, estoy leyendo el tercer tomo, su historia con la señora Daru, es muy divertido. También leo el libro de Rauschning, realmente instructivo, incluso haré un resumen en el cuaderno; y además un poco las Provinciales y también un poco Jacques le Fataliste. Tania me escribe: “Estoy leyendo un libro estupendo que debo enviarte”. Me pierdo en conjeturas. ¿Será El diablo enamorado?

Hoy no ha habido carta suya. Pero como ayer tuve tres, no me quejo demasiado. Tengo muchísimas ganas de verla, querido amor mío. Éste es el período un tanto crispante en que el permiso se aleja o se aproxima de día en día, según las diferentes informaciones y el humor del cabo que hace las listas en el C.G. Pero voy a defenderme. Quisiera partir en quince días, si fuera posible. Hasta pronto, dulce Castor, que duerme ya tras haber esquiado tanto. Ya sabe que me levanto tempranísimo, como usted. Cuando usted se está calzando sus pequeños esquís, yo hace tiempo me he puesto mis polainas y he bajado a medir el viento para telefonear un panorama general al puesto meteorológico del cuerpo de ejército. Duermo poco pero estoy animoso. Hasta mañana, mi pequeña flor, la quiero con todas mis fuerzas.

 

Primero de enero, 1940

“Cartas al Castor”, de Jean Paul Sartre a Simone de Beauvoir
“Cartas al Castor”, de Jean Paul Sartre a Simone de Beauvoir

De Marta Lynch a Fernando Sánchez Sorondo

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De Marta Lynch a Fernando Sánchez Sorondo

 

Querido Fernando Sánchez Sorondo:

He leído con mucha atención todo cuanto se dice de la medicina ortomolecular. Yo no sé cómo salvarme, a mi vez, del naufragio, pero no me gusta cansar a los demás con mis problemas. Ocurre que usted no es los demás, más aún, es una persona muy especial que me hace bien. No me animo a tirar todo a la mierda e irme a vivir mi propia a aventura, como dice usted, ni tengo la ayuda de la parapsicóloga que se le acercó después de Ampolla (1). ¿A falta de parapsicóloga no quiere, de veras, tomar un café conmigo? ¿Ya sea en mi casa que es muy acogedora o en un lugar neutral? En asuntos como éste yo hablo mejor que escribo y puedo asegurarle que no cedo ni un poquito a lo que llaman regodeo pajeril. Quiero ver al doctor Maríncola, pero le advierto que usted omitió mandarme tarjeta alguna, seguramente se le olvidó, así que recibí la carta pero no los datos del doctor al que quiero ver a toda costa.

Fernando, ¿de qué tarjeta me hablás?, no me mandaste ninguna tarjeta, de modo que te ruego me hagas llegar la dirección del Dr. y su número telefónico. Leo con verdadera y estimulante esperanza que esta ciencia es muy buena en casos de depresiones y angustias pero no entiendo un carajo la tesis de que todo se reduce a la alquimia y la cabeza, el adecuado equilibrio químico. No creo que usted sea un paciente que ha recuperado su equilibrio hasta el punto de independizarse del propio Maríncola. Mi ideal sería independizarme de todos. Lo único que no padezco son insomnios y mi novela anda a los tumbos como todo en esta parte de la vida. Me hago cargo que escribe mientras desayuna a las dos de la mañana. A esa hora yo suelo bajar a comer arroz con leche Gándara, que es muy reconfortante.

Ahora lo dejo para seguir luchando con mis náuseas (uno de los tantos síntomas)y con el texto incipiente.

La paz sea con vos señor Fernando, envíame el teléfono de tu santo ortomolecular y recordame.

Marta Lynch

(1)Novela de Sánchez Sorondo

Marta Lynch fue una escritora argentina. En su prosa se percibía la angustia ante el paso del tiempo y el horror a la vejez que la llevarían al suicidio. No creía que fuera posible la felicidad sin belleza. Ya se había hecho demasiadas cirugías. El 8 de octubre de 1985, trabó la puerta de su cuarto y se pegó un tiro. Esta carta se la escribió a Sánchez Sorondo, otro escritor argentino.

 
 
 

Cartas de Henry Miller a Brenda Venus

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Cartas de Henry Miller a Brenda Venus

 
 
Te llamé anoche hacia las diez y media pero no contestaste ¿Estabas fuera o en la cama con otro amante? ¿Has contestado alguna vez mientras estabas haciendo el amor o te has puesto el teléfono entre las piernas? (…) Recibir una montaña de cartas de una belleza como tú me pone un poco caliente (…) Lo importante no es cuándo empiezas a joder sino cómo lo haces. Con el corazón y el alma o sólo con el coño (…) Dios, si pareces violable. Perdona que te lo diga así pero no puedo evitarlo. Parece como si estuvieses lista para ser forzada (…) Me siento culpable por hacerte insinuaciones. A decir verdad estoy profundamente enamorado de una mujer. Es un amor eterno y lo digo en serio. Pero soy un hombre y siempre estoy enamorado de una o de dos o de tres o de cuatro (…) Si los periodistas se enteraran de lo nuestro me ridiculizarían hasta la muerte.
 
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Me gustaría poder escribirte en ruso, en azteca, en armenio y en iraní. Porque eres ilimitada. Eres lo que los griegos llaman `nada en moderación`. Eres Mona, Anaïs, Lisa, tout le monde, todas combinadas. Fuego, aire, tierra, océano, cielo y estrellas.
Y ahora un hombre de 87 años, locamente enamorado de una mujer joven que me escribe las más extraordinarias cartas, que me ama a morir, que me mantiene vivo y enamorado (un perfecto amor por vez primera) que me escribe tan profundas y emocionantes reflexiones que me siento feliz y confuso como sólo un adolescente podría estarlo. Pero por encima de todo, agradecido, y afortunado. ¿Merezco realmente tan hermosos elogios como tú me dedicas? Haces que me pregunte quién soy exactamente, si me conozco en realidad y qué soy. Me tienes en el misterio. Por lo cual aún te amo más. Caigo de rodillas y rezo por ti, te bendigo con la poca santidad que hay en mí. Viaja feliz, mi queridísima Brenda y no lamentes nunca este romance a mitad de tu joven vida. Los dos hemos sido bendecidos. No somos de este mundo. Somos las estrellas y el universo de más allá.
Larga vida a Brenda Venus. ¡Dios le conceda dicha, plenitud y amor eterno!

Cuando Brenda Venus entró en su vida, Henry volvió a ser el joven y rebelde amante de sus primeros libros. Miller acababa de salir de una desgraciada experiencia matrimonial con la pianista japonesa Hoki y su auto confianza estaba tan maltrecha como su salud. Brenda le devolvió la ilusión y la vida, como un adolescente enamorado.

Carta erótica de James Joyce a su esposa

 

 

Carta erótica de James Joyce a su esposa

A Nora
Dublin, Diciembre 9, 1909

Mi dulce y traviesa pajarita cogedora. Aquí está otro billete para comprar lindos calzones o medias o ligas. Compra calzones de puta, amor, y asegúrate de rociarles las piernas con algún agradable aroma y también de mancharlas un poquito atrás.

Pareces ansiosa de saber cómo recibí tu carta que dices es peor que la mía. ¿Cómo que es peor que la mía, amor? Sí, es peor en una o dos partes. Me refiero a la parte en la que dices que lo harás con tu lengua (no me refiero a que me chupes) y en esa amable palabra que escribiste bien grande y subrayada, pequeña canalla. Es excitante escuchar esa palabra (y una o dos más que no escribiste) en los labios de una chica. Pero prefiero que hables de ti y no de mí. Escríbeme una larga, larga carta, llena de esas y otras cosas, acerca de ti, querida. Ahora ya sabes cómo regalárme una erección. Dime las más pequeñas cosas acerca de ti tan detalladamente mientras sean obscenas, sucias y secretas. No escribas otra cosa. Deja a cada oración llenarse de sucias e impúdicas palabras y sonidos. Son lo más amo oír y ver en el papel, porque las más sucias son las más hermosas.

Las dos partes de tu cuerpo que hacen cosas sucias son las más amadas por mí. Prefiero tu culo, querida, a tus tetitas porque hace cosas más sucias. Si amo tanto tu coño no tanto por ser la parte de tu cuerpo que penetro, sino porque hace otra cosa sucia. Puedo pasar todo el día acostado putaneando mientras miro la divina palabra que escribiste, y la cosa que dices quisieras hacer con tu lengua. Desearía poder oír tus labios murmurando esas celestiales y excitantes palabras sucias, ver tu boca haciendo ruidos y sonidos sucios, sentir tu cuerpo culebreando debajo mío oír y oler los gruesos sucios pedos de niña irse pop pop fuera de tu hermoso culo desnudo de niña y coger, coger, coger el sexo de mi caliente villana, mi pequeña y cogedora pajarita, por siempre.

Estoy feliz ahora, porque mi putita dijo que quiere que lo hagamos por atrás, y quiere que la coja por la boca, y quiere desabotonarme y sacar mi petaca y chuparla como una teta. Más y más sucias que éstas cosas quiere ella hacer, mi pequeña y desnuda cogedora, mi pícara y culebreadora pequeña culeadora, mi dulce y sucia pedorrita.

Buenas noches mi pequeño coñito, me voy a acostar y jalármela hasta acabar. Escribe más y más sucio, querida. Hazle cosquillitas a tu pequeño pene mientras me escribes para que te haga decir peores y peores cosas. Escribe las palabras obscenas grandes y subrayadas y bésalas y ponlas un momento en tu dulce sexo caliente, querida, y también levanta un momento tu vestido y ponlas debajo de tu querido culito pedorreador. Haz más si quieres y mándame entonces la carta, mi querida pajarita cogedora de enojado trasero.

JIM

FUENTE
http://cartasfamosas.blogspot.com/search/label/Carta%20er%C3%B3tica%20de%20James%20Joyce%20a%20su%20esposa

James Joyce
(Irlanda, 1882-1941)

Novelista y poeta irlandés cuya agudeza psicológica e innovadoras técnicas literarias expresadas en su novela épica Ulises le convierten en uno de los escritores más importantes del siglo XX. Joyce nació en Dublín el 2 de febrero de 1882. Hijo de un funcionario acosado por la pobreza, estudió con los jesuitas, y en la Universidad de Dublin. Educado en la fe católica, rompió con la Iglesia mientras estudiaba en la universidad. En 1904 abandonó Dublín con Nora Barnacle, una camarera con la que acabaría casándose. Vivieron con sus dos hijos en Trieste, París y Zürich con los escasos recursos proporcionados por su trabajo como profesor particular de inglés y con los préstamos de algunos conocidos. En 1907 Joyce sufrió su primer ataque de iritis, grave enfermedad de los ojos que casi le llevó a la ceguera.

Siendo estudiante universitario, Joyce logró su primer éxito literario poco después de cumplir 18 años con un artículo, ‘El nuevo drama de Ibsen’, publicado en la revista Fortnightly Review de Londres. Su primer libro, Música de Cámara (1907), contiene 36 poemas de amor, muy elaborados, que reflejan la influencia de la poesía lírica isabelina y los poetas líricos ingleses de finales del siglo XIX. En su segunda obra, un libro de 15 cuentos titulado Dublineses (1914), narra episodios críticos de la infancia y la adolescencia, de la familia y la vida pública de Dublín. Estos cuentos fueron encargados para su publicación por una revista de granjeros, The Irish Homestead, pero el director decidió que la obra de Joyce no era adecuada para sus lectores. Su primera novela, Retrato del artista adolescente (1916), muy autobiográfica, recrea su juventud y vida familiar en la historia de su protagonista, Stephen Dedalus. Incapaz de conseguir un editor inglés para la novela, fue su mecenas, Harriet Shaw Weaver, directora de la revista Egoist, quien la publicó por su cuenta, imprimiéndola en Estados Unidos. En esta obra, Joyce utilizó ampliamente el monólogo interior, recurso literario que plasma todos los pensamientos, sentimientos y sensaciones de un personaje con un realismo psicológico escrupuloso. También de esta época data su obra de teatro Exiliados (1918).

Joyce alcanzó fama internacional en 1922 con la publicación de Ulises, una novela cuya idea principal se basa en la Odisea de Homero y que abarca un periodo de 24 horas en las vidas de Leopold Bloom, un judío irlandés, y de Stephen Dedalus, y cuyo clímax se produce al encontrarse ambos personajes. El tema principal de la novela gira en torno a la búsqueda simbólica de un hijo por parte de Bloom y a la conciencia emergente de Dedalus de dedicarse a la escritura. En Ulises, Joyce lleva aún más lejos la técnica del monólogo interior, como medio extraordinario para retratar a los personajes, combinándolo con el empleo del mimetismo oral y la parodia de los estilos literarios como método narrativo global. La revista estadounidense Little Review empezó en 1918 a publicar los capítulos del libro hasta que fue prohibido en 1920. Se publicó en París en 1922. Finnegans Wake (1939), su última y más compleja obra, es un intento de encarnar en la ficción una teoría cíclica de la historia. La novela está escrita en forma de una serie ininterrumpida de sueños que tienen lugar durante una noche en la vida del personaje Humphrey Chimpden Earwicker. Simbolizando a toda la humanidad, Earwicker, su familia y sus conocidos se mezclan, como los personajes oníricos, unos con otros y con diversas figuras históricas y míticas. Con Finnegans Wake, Joyce llevó su experimentación lingüística al límite, escribiendo en un lenguaje que combina el inglés con palabras procedentes de varios idiomas.

Las otras obras publicadas son dos libros de poesía, Poemas, manzanas (1927) y Collected Poems (1936). Stephen, el héroe, publicada en 1944, es una primera versión de Retrato. Además, en 1968, su biógrafo Richard Ellman publicó un original inédito Giacomo, pequeña obra considerada el antecedente del Ulises. Joyce empleaba símbolos para expresar lo que llamó ‘epifanía’, la revelación de ciertas cualidades interiores. De esta manera, sus primeros escritos describen desde dentro modos individuales y personajes, así como las dificultades de Irlanda y del artista irlandés a comienzos del siglo XX. Las dos últimas obras, Ulises y Finnegans Wake, muestran a sus personajes en toda su complejidad de artistas y amantes desde diversos aspectos de sus relaciones familiares. Al emplear técnicas experimentales para comunicar la naturaleza esencial de las situaciones reales, Joyce combinó las tradiciones literarias del realismo, el naturalismo y el simbolismo plasmándolos en un estilo y una técnica únicos. Después de vivir veinte años en París, cuando los alemanes invadieron Francia al principio de la II Guerra Mundial, Joyce se trasladó a Zürich, donde murió el 13 de enero de 1941

 

 
 
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Carta de Pablo Neruda a Matilde Urrutia

Carta de Pablo Neruda a Matilde Urrutia
  

Señora mía muy amada, gran padecimiento tuve al escribirte estos mal llamados sonetos y harto me dolieron y costaron, pero la alegría de ofrecértelos es mayor que una pradera.

 

Carta de Pablo Neruda a Matilde Urrutia

  

Señora mía muy amada, gran padecimiento tuve al escribirte estos mal llamados sonetos y harto me dolieron y costaron, pero la alegría de ofrecértelos es mayor que una pradera. Al proponérmelo bien sabía que al costado de cada uno, por afición electiva y elegancia, los poetas de todo tiempo dispusieron rimas que sonaron como platería, cristal o cañonazo. Yo, con mucha humildad hice estos sonetos de madera, les di el sonido de esta opaca y pura substancia y así deben llegar a tus oídos. Tu y yo caminando por bosques y arenales, por lagos perdidos, por cenicientas latitudes, recogimos fragmentos de palo puro, de maderos sometidos al vaivén del agua y la intemperie. De tales suavizadísimos vestigios construí con hacha, cuchillo, cortaplumas, estas madererías de amor y edifiqué pequeñas casas de catorce tablas para que en ellas vivan tus ojos que adoro y canto. Así establecidas mis razones de amor te entrego esta centuria: sonetos de madera que sólo se levantaron porque tú les diste la vida.

Octubre de 1959

 

 

El 28 de octubre de 1966, Pablo Neruda formaliza su relación con Matilde Urrutia, casándose por el civil en su casa de Isla Negra.

 

Carta de Pablo Neruda a Matilde Urrutia

Carta de John Keats a Fanny Brawne (fragmento)

Carta de John Keats a Fanny Brawne (fragmento)
  

 

Carta de John Keats a Fanny Brawne (fragmento)

  

13 de octubre de 1819.

Mi queridísima niña:

Me he puesto a pasar en limpio algunos versos, pero no me da ningún gusto trabajar. Tengo que escribirte una o dos líneas y ver si eso me ayuda a alejarte de mi espiritu aunque sea por unos instantes, no puedo existir sin ti. Todo lo olvido salvo la idea de volver a verte. Mi vida parece detenerse ahi: más allá no veo nada. Me has absorbido. En este mismo momento tengo la sensación de estar disolviéndome…Si no tuviera la esperanza de verte pronto me sentiría en el colmo de la desdicha. Tendría miedo de separarme, de estar demasiado lejos de ti. Mi dulce Fanny, no cambiará nunca tu corazón?, Amor mío, no cambiarás? Alguna vez me asombró que los hombres pudieran ir al martirio por su religión. Temblaba de pensarlo. Ahora ya no tiemblo; podría ir al martirio por mi religión- El amor es mi religión-, y podría morir por él….Me has cautivado con un poder que soy incapaz de resistir; y sin embargo lo era hasta que te ví; y desde que te he visto me he esforzado a menudo en razonar contra las razones de mi amor. Ya no puedo hacerlo, el dolor sería demasiado grande. Mi amor es egoísta. No puedo respirar sin ti….

 

 
……………………..
 
 

Mi más querida muchacha,

He dado una caminata esta mañana con un libro en la mano, pero como es habitual he estado ocupado sólo contigo: Desearía que poder decirlo de una manera agradable. Estoy atormentado día y noche. Hablan de mi ida a Italia. Seguro nunca me recuperaré si debo estar tanto tiempo separado de tí: y aún con toda esta devoción hacia tí no puedo persuadirme a ninguna confidencia….
Eres para mí un objeto intensamente deseable, el aire que respiro en un cuarto vacío de tí es malsano.

John Keats fue uno de los principales poetas británicos del movimiento romántico. A la muerte de su hermano se fue a vivir a casa de su amigo Brown. Allí conoció a Fanny Brawne, quién había estado viviendo en la casa de Brown con su madre, y se enamoró de ella. La correspondencia entre ambos escandalizó a la sociedad victoriana.

 

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Carta de Jack London a Ana Strunsky

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Ana querida:

¿Dije que el ser humano podría ser clasificado por categorías? Bien, y si lo hice, déjeme cuantificar: no todos los seres humanos. Usted me elude. No puedo encontrarla, no puedo entenderla. Puedo jactarme de que a nueve de diez personas, bajo circunstancias dadas, puedo pronosticar su acción; que de nueve de diez, por su palabra o acción, puedo tomar el pulso de sus corazones. Pero de la décima desespero. Está más allá de mí. Usted es la décima.

¡Estaban siempre dos almas, con los labios mudos, emparejados más incongruentemente! Podemos sentirnos en comunión -seguramente, a menudo podemos- y cuando no nos sentimos en comunión, con todo nos entendemos; pero no tenemos ninguna lengua común. Las palabras habladas no vienen a nosotros. Somos ininteligibles. Dios debe reírse de la actuación.

 

 

Crítica lírica.

Y la vida continúa…, en este patio de locas contradicciones.

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