AGUA ROJA
POR MARCO MARTOS
Tomo el agua roja de electrolitos, tomo ese menjunje,
para aliviar la sequedad de mis grandes cavernas,
esa tempestad de náuseas que casi acaba con mi vida.
Mi voluntad de escribir me sostiene,
para sacar de adentro con alguna gracia,
aquello que me deja la lengua con su abrazo,
y ganar algo del afecto que me das,
sin merecerlo, cada día.
Cómo se curaba Homero, dime si lo sabes, cómo se curaba,
si era ciego, cómo llegaba con paso vacilante a la casa del médico,
y duró tanto que pudo escribir todo lo que soñaba,
cómo vivió Virgilio con sus dolores estomacales,
cómo pudo escribir en medio de tantos reiterados sufrimientos.
Y Dante, qué hizo Dante, que hierbas tomaba a salto de mata,
en medio de las batallas y el rencor y la envidia de tantos florentinos,
y Juan de la Cruz, cuando estaba recluido,
qué aguas medicinales bebía, antes de deslizarse por una pared
con una blanca sábana en la noche de luna,
y Leopardi, encerrado en su casa, mirando el mundo
a través de los ojos de la hija del cochero,
la más delicada imaginable, tanto cómo el lucero de la mañana,
qué esperanza de curación tuvo, mientras tristísimo escribía,
y César Vallejo qué sintió cuando salió del hospital,
hecho un guiñapo, un malestar permanente,
desconocido, que luego acabaría con su vida.
Tuvieron siempre una pluma en su corazón y en su mano,
un ramo de olivo y una sonrisa para toda la gente
y sus nombres se mezclan con la hermosura del día.
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