TRADUCCIONES DE POEMAS ÁRABES Y ESCRITOS DE YASSIN KAOUD
TRADUCCIONES DE POEMAS ÁRABES Y ESCRITOS DE YASSIN KAOUD
TRADUCCIONES DE POEMAS ÁRABES Y ESCRITOS DE YASSIN KAOUD
FANNY JEM WONG PENSAMIENTOS, VERSOS, HAIKUS ,FRASES, RETAZOS DE MI ALMA , POEMAS
POEMAS ILUSTRADOS DR. MARCO MARTOS CARRERA UNMSM
Mientras tejes con los dedos tus greñas de alheña,
observo tus pendientes bailarines que vienen de las costas lejanas
y de mares ignotos allende las montañas,
y miro con infinita ternura tus brazos bajo la blusa de colores transparentes
que ha viajado en la faltriquera de los caminantes
que vuelven de los países bárbaros con el rostro cetrino,
calcinado por el sol, y las dunas y las planicies del desierto.
Pero tu gracia, que nació aquí, en estas tierras que riega el río Amarillo,
se asemeja a la delicadeza de la garza cuando abre los ojos
en el día que comienza. Y tus ojos se parecen a la noche,
delicuescentes, son gotas de lluvia en las hojas del durazno
cuando te sueño en la oscuridad y cada mañana.
Mi afecto
no necesita probanza
porque lo sientes día a día
y sabes que alrededor de ti
he organizado
toda mi vida.
Al final de la frente
ya me están llegando
las cosas que diariamente hago
subir las escaleras,
pisar el sucio mármol,
convivir con siete perros
y con otros diminutos animales,
y ver la cara
ver la cara y los gestos horripilantes
de marías cretinas
que ortigas debían llamarse.
No es este tu pais
porque conozcas sus linderos,
ni por el idioma común,
ni por los nombres de los muertos.
Es este tu país,
porque si tuvieras que hacerlo,
lo elegirías de nuevo
para construir aquí
todos tus sueños.
Hace mucho tiempo vivo con mi esposa
en una casa de campo, en habitaciones separadas.
Tenemos, sin embargo, al fondo,
el murmullo del río que nos ilumina los ánimos.
Por la noche la siento deambular por los pasillos,
aunque va con paso leve, y se me estremece el corazón
cuando cierra la puerta de su estancia con golpe seco.
Solo cuando la siento dormir, prendo mi lámpara de aceite
y escribo sobre los crisantemos y el árbol de canela
que vi en mi remota infancia. Cada mañana conversamos
sobre el tiempo y los gansos salvajes que vuelan al sur
o de los conflictos que tiene el Emperador
con sus válidos y paniaguados, y no pasa nada
hasta que llega la noche y de nuevo la siento caminar
con figura furtiva por todos los recovecos de la casa.
¡Qué delicia!
la acompasada respiración de tus pechos
en la cálida noche del verano,
el fulgor de la luna solitaria en la bóveda celeste,
el rápido subir de las nubes
a las cumbres de la montaña,
y tus ojos negros, dama Lu, rasmillones de luz
en la oscuridad de los árboles,
y tu risa de pájaro anunciando los comienzos
de la eternidad en la tierra,
¡qué delicia!
Mientras tejes con los dedos tus greñas de alheña,
observo tus pendientes bailarines que vienen de las costas lejanas
y de mares ignotos allende las montañas,
y miro con infinita ternura tus brazos bajo la blusa de colores transparentes
que ha viajado en la faltriquera de los caminantes
que vuelven de los países bárbaros con el rostro cetrino,
calcinado por el sol, y las dunas y las planicies del desierto.
Pero tu gracia, que nació aquí, en estas tierras que riega el río Amarillo,
se semeja a la delicadeza de la garza cuando abre los ojos
en el día que comienza. Y tus ojos se parecen a la noche,
delicuescentes, son gotas de lluvia en las hojas del durazno
cuando te sueño en la oscuridad y cada mañana.
En la pequeña plaza del pueblo
las dos estatuas conviven pacíficamente.
El Gran Timonel y el Pequeño Timonel
han sido acogidos piadosamente
por el manto generoso de la historia.
Durante el día los visitan los pájaros
y al atardecer diligentes obreros
limpian, hacen brillar el bronce
y dejan los pisos relucientes.
Los viandantes pasan apresurados
y uno que otro turista se toma fotografías
junto a las figuras solemnes de los combatientes.
Tanto tiempo ha transcurrido
que ahora todos ignoran
quién tenía la pluma negra,
quién tenía la pluma roja.
Por la noche, a la luz de la luna,
la sombra de un gato de indefinible color
cruza la plaza. En la maleza se escuchan maullidos
y se ven unos ojos fosforescentes.
Sun Simiao habitaba parajes escondidos
poblados de hierbas en Huayuan.
Se paseaba por el campo y usaba las plantas
en infusiones y ungüentos que aplicaba sobre las heridas.
Supo así que la anémona y la genciana son agentes curativos
de la disentería y que la areca expulsa a la tenia del cuerpo humano.
El bermellón, inofensivo a la fisiología femenina, en sus manos
fue útil para el control de la natalidad, asunto que empezaba a preocupar
a los antiguos habitantes de todas las comarcas del imperio.
Escribió un libro que llamó «Colección de recetas de oro»
que hasta ahora es consultado con provecho por pacientes y galenos
pero dijo para el mal de amores no hay cura, ni siquiera con la presencia.
y la figura de aquella que lo causa, el que sufre de amor
es un alienado y merece internarse en un asilo para lunáticos.
Vivió solo Sun Simiao. Murió rodeado de pájaros,
de pócimas de olores penetrantes, de hierbas aromáticas.
Una caverna que todo lo traga,
esa es la boca de Dios.
y otros nirvana,
por eso de la quietud.
El paraíso es un rayo de luz
sobre el mar en la infancia
y después todo es oscuridad.
Que no te engañe
la campana del éxito,
pues su badajo descansa
casi toda la vida
hasta que llegas en su silencio
a la boca de Dios.
Tus ojos son de agua.
Gotea el día y se hace noche,
En dos siglos cae el vidrio
y se espesa en lo bajo.
Estás ahí en lo oscuro,
oculta de los catalejos,
en las zonas blandas.
Por el vidrio lenta baja mi lava,
la vida breve que no alcanza
para entrar en tu neblina.
El vidrio es un líquido,
añicos de gotas de agua.
Llega el sol y seca
los vitrales. Sólo quedan colores puros,
una iglesia de palabras.
Quítate pronto tus hermosos trajes,
quítate los adornados sostenes,
las amarillas sortijas que tienes,
quédate con tu bombasí de encajes.
Quiero palparte con mis lentos ojos
o desatar el nudo de tu calma,
ingresar cuidadoso en tu propia alma,
satisfacer, prudente, tus antojos.
Deseo ser Nadie y todos los hombres,
galopar sobre ti por las estrellas
y soldarnos felices sin querellas,
lo que tú quieras para que te asombres,
siendo contigo en lejanos parajes
Vía Láctea, blancos oleajes.
Ten siempre esa serenidad,
esa sonrisa, consérvala,
esa manera de pasar indemne
en medio de la lluvia de fuego.
Tú eres la luna y el oleaje
del mar interminable,
el día radiante y la quietud de lo oscuro,
el sol, las nubes, la estrella distante
y también el relámpago terrible
de la aurora que anuncia
lo eterno. Así eres. El corazón
del hombre lo siente y lo sabe,
lo sabe su inteligencia que cierra
los ojos, inerme.
Siguiendo su propio consejo,
aquel que sostiene que la pena de amor
empieza a curarse con un viaje,
separado de su amada,
sin saber bien nada de lo sucedido,
las últimas razones, los bruscos arrepentimientos,
la presencia de terceros dignos del odio eterno,
en la noche de luna, arribando al puerto de Tomis,
a orillas del Mar Negro, en la Dacia romana,
Publio Ovidio Nasón cogió su cálamo y escribió:
Tiempo tenaz, con tu manto de olvido,
envuélvela ahora, haz polvo su belleza,
minúscula huella en el camino sus ojos hermosos,
sus labios de azufre, su alegría de todos los días,
que llegue contigo la tormenta de arena,
el sabio final, la tibia sonrisa de una muchacha
en un campo de lavandas,
en el principio de la primavera.
La sagrada escritura se parece
a una casa con muchos aposentos
con numerosas llaves en su sitio
aparentando que abren cerraduras.
Borrada ya la cifra en cada cuarto,
acertijo difícil es abrirlos,
necesitamos líricos maestros
con el soplo de Dios en su cerebro,
Así Kafka vivió con la escritura:
dueño del gran llavero de la casa,
abrió la habitación que conocía;
la clave: sufrimiento de los hombres.
Dejó para otro místico tarea:
hallar a Dios en la más oscura noche.
Siguiendo su propio consejo,
aquel que sostiene que la pena de amor
empieza a curarse con un viaje,
separado de su amada,
sin saber bien nada de lo sucedido,
las últimas razones, los bruscos arrepentimientos,
la presencia de terceros dignos del odio eterno,
en la noche de luna, arribando al puerto de Tomis,
a orillas del Mar Negro, en la Dacia romana,
Publio Ovidio Nasón cogió su cálamo y escribió:
Tiempo tenaz, con tu manto de olvido,
envuélvela ahora, haz polvo su belleza,
minúscula huella en el camino sus ojos hermosos,
sus labios de azufre, su alegría de todos los días,
que llegue contigo la tormenta de arena,
el sabio final, la tibia sonrisa de una muchacha
en un campo de lavandas,
en el principio de la primavera.
Publio Ovidio Nasón escribió El arte de amar
para complacer a la mujer que quería,
dándole muchas explicaciones y ejemplos pertinentes.
Ella comentó: dímelo con simples palabras.
Entonces el poeta recitó:
Los minutos que paso contigo cada semana
se multiplican cuando los evoco
y aquellos otros que compartimos cada tres días
se multiplican tanto que lo abarcan todo.
Te doy un libro, una flor y el aroma
del café del desierto de Arabia.
Me entregas tu sonrisa que brilla en mis ojos
bajo el sol de la mañana del verano
con sus flores y sus pájaros sonámbulos.
«…Para los poetas la palabra es el quid de lo humano. La relación con ella define al hombre. Es ella la que permite la relación con los demás; es ella también el conflicto. Sin ella, en una comunidad extraña, somos animales, nos reducimos a nada, al lenguaje de las señas o acaso al arte sin palabras, al mimo. El poeta se define como el amante de las palabras. A ellas consagra su vida, su talento, su miseria.
Si se dedicase a otra cosa que no fuese la poesía, tendría lo que se llama éxito, pero se negaría a sí mismo…»
Marco Martos
Desde los acantilados
amarillas tortugas y peces azules
se ven tan cerca que parece que se tocaran.
Hay rojos cangrejos en las hendijas de las rocas.
Pálido pero sereno, guiando mi barca
en las tinieblas de la noche,
cruzo los rápidos torbellinos
para llegar ante tus ojos.
(Ibn Zaydún escribe a la princesa Wallada)
Te he atisbado Wallada en el zoco, en las torres,
tratando de explicarme tu encanto y tu gracia.
Te he visto haciendo cosas sencillas
en ventura y provecho de tu gente y tu casa:
menjunjes, pero dulzuras,
hechizos favorables,
para el bien, no para el daño,
aunque con tu peine y tu risa
me has hecho
un embrujo de amor que me tiene
desquiciado atisbándote en el zoco, en las torres,
tratando de explicarme tu encanto y tu gracia
o escribiéndote líneas que acaso te sirvan
para curarme la herida de amor
que me causas.
Este poema pertenece al libro «Cabellera de Berenice»
que la Editorial Caja Negra de Lima
En este shulca está el genio de la especie.
Tendrá hambre, cobre en los pómulos,
melena algunos años, pelo hirsurto.
Y los ojos mirando en lontananza
como hacen las vicuñas.
Madre dice que será obispo o papa.
Profeta lo he soñado
diciendo verdad por el mundo.
Tú, calumniada Safo, amas al hombre
que llaman Faón, el romero,
derramas lágrimas, prendes inciensos,
deseas su presencia como al día,
anhelas su mirada traviesa,
ser estrujada por sus brazos tiernos.
¡Oh! ¡Quedarte desnuda a su costado
toda la vida¡ ¿Tanto pides? Penas.
Él anda por el mundo tan perdido
como un oso de anteojos en Lesbos.
Si viniera a buscarse escogería
tal vez a la mujer más desdeñada
a la que tú solo le diste una sonrisa,
la caricia furtiva, luego nada.
Así es Cupido con su carcaj de flechas
disparadas sin orden en el mundo.
A mí me tocó la del amor rendido
y a Dunia la saeta indiferencia,
la mirada del deseo apagada,
la piedad de la reina con el ciego.
«El ajedrez me enseñó a ser algo ordenado,
persistente en los objetivos, a tener fines últimos
(lo que se llama estrategia) y modos de conseguirlos
(lo que se llama táctica) y otras cosas:
a soportar la derrota y no cesar de buscar victorias
y a saber que los seres humanos somos
como las fichas que lucimos bien
mientras jugamos y que un día saldremos del tablero».
Si te pienso, te imagino en las nieves
con el abrigo rojo de montaña,
yo camino a tu lado en el césped
del piélago morado de las nubes.
En el aire purísimo de alturas,
a lo lejos titilan las estrellas.
¡Qué cercanas parecen las estrellas!
en las larguísimas noches de nieves
suben serpenteando las alturas,
visten de blanco a la novia montaña
que tiene velo gomoso de nubes
y entre las manos árboles y césped.
¿Cómo lo blanco se hace verde césped?
¿Cómo viaja la mente a las estrellas?
Ya corren en el cielo muchas nubes,
en los ojos, las sombras de las nieves,
sin parar caminamos la montaña
y nuestro corazones son estrellas.
Enciendes la belleza en las alturas,
conduces a las nubes verde césped,
tu abrigo rojo enciende la montaña
y la candela llega a las estrellas,
se quedan en lo bajo blancas nieves,
humo se hace más humo en las nubes.
Los colores del humo, en muchas nubes,
se vuelven agua rápida en alturas
blancas, eternas, suaves, duras nieves.
Desde arriba hormiguea en verde césped,
luz lechosa que nace en las estrellas,
serenidad, sonrisa, la montaña,
incólume en el tiempo, la montaña
que con su pico atraviesa las nubes,
llega casi volando a las estrellas.
Perdemos la visión en las alturas,
solo sentimos tenue verde: césped
que cubre de alegría blancas nieves.
Rojo abrigo en nieves de montaña,
verde césped en tus ojos de nubes,
alturas del amor en las estrellas.
Tú, calumniada Safo, amas al hombre
que llaman Faón, el romero,
derramas lágrimas, prendes inciensos,
deseas su presencia como al día,
anhelas su mirada traviesa,
ser estrujada por sus brazos tiernos.
¡Oh! ¡Quedarte desnuda a su costado
toda la vida¡ ¿Tanto pides? Penas.
Él anda por el mundo tan perdido
como un oso de anteojos en Lesbos.
Si viniera a buscarse escogería
tal vez a la mujer más desdeñada
a la que tú solo le diste una sonrisa,
la caricia furtiva, luego nada.
Así es Cupido con su carcaj de flechas
disparadas sin orden en el mundo.
A mí me tocó la del amor rendido
y a Dunia la saeta indiferencia,
la mirada del deseo apagada,
la piedad de la reina con el ciego.
Acompañando a Cintia, invitada por el emperador,
hemos acudido al estadio romano
para observar las carreras de caballos
que enfrentan una cuadriga de Roma con otra de los partos.
Hay más de quinientos concurrentes,
sentados en las mesas, frente al campo despejado.
Camareras y camareros de tez aceitunada
distribuyen, diligentes, vinos, aguardientes y potajes de farro.
Al emperador y a sus allegados les llevan faisanes de Guinea,
gallos de Persia, conejos de Hispania, ostras y almejas de Tarento,
mejillones de Ática, pero la carrera se posterga
y la algarabía del vino es sucedida por el sopor de la tarde.
Pasan las horas. Cintia desea salir, sofocada
por la multitud abigarrada. Más tarde,
en los alrededores de la plaza, nos vamos enterando
de lo sucedido: los partos estuvieron a punto de alcanzar la victoria.
Augusto, desencajado, comía lentamente
unas uvas ácidas. Fue entonces que Júpiter magnífico
trocó las suertes y en los últimos segundos
ganaron los romanos. Cintia hubiese preferido
que los partos triunfasen. Me lo dice con su voz cristalina,
con su sonrisa que amo
Mientras Juan Ramón Jiménez
divaga en los cielos,
Georgina se camina
todo el mundo.
Él sueña con asnos
en las nubes,
ella lleva la alegría
a todos los rincones.
El divo discute
con las palabras,
la dama con sus silencios
nos conmueve.
No es este tu país porque conozcas sus linderos, ni por el idioma común, ni por los nombres de los muertos. Es este tu país, porque si tuvieras que hacerlo, lo elegirías de nuevo para construir aquí todos tus sueños.
Tú eres el Cielo de la selva, esos nubarrones,
amenaza de lluvia y el aguacero cayendo
por horas de horas en los árboles,
y súbito te transformas en añiles despejados,
calores detenidos, aire quieto, sopor quedo,
y luego en la alegría de las tardes de dorados crepúsculos
y la sonrisa de la noche de intensos jazmines.
Hay un bisbiseo de muchachas en las bancas de la plaza,
el rumor lejano de lo que dicen los varones,
el latir de la vida en animales y plantas,
y la luna que emerge espléndida
en su plata y zinc y en sus montañas dibujadas.
POEMA DE MARCO MARTOS CARRERA : TE VOY A DAR UNA SORPRESA…
Te voy a dar
una sorpresa;
también soy un animal,
también se han ocupado de mí
sin saberlo:
soy la vituperada cigara
de los cuentos morales,
soy la cigarra
y canto en el verano
con mis pinceles negros,
con mis mágicas palabras
robadas de los diccionarios…
Marco Martos
Vas y vienes por las callejuelas de Roma.
Las bibliotecas son tu reino, los pergaminos,
la caligrafía, los largos dictados de los juristas,
de los empleados del Foro
y de los ujieres de toda laya.
Paseas tu belleza incólume
entre el polvo de los siglos.
En el otro extremo de la ciudad,
mientras crecen las sombras
cuando el sol declina,
alcanzo a escribir las líneas que te envío.
Solo, no soy de este mundo,
semejo a un fantasma extraviado
entre los humanos de carne y hueso.
Tiemblo cuando no estoy a tu lado,
pero si te veo soy el agua que fluye gozosa
bajo el sol de la primavera,
una nieve en lo alto de la montaña,
un pájaro errante que llega a su nido.
Cuando César se instaló en el palacio de Alejandría,
Cleopatra llegó envuelta en atado de ropas, por el postigo
del jardín interior, sin que nadie la viera.
Era de una gran belleza y de presencia cautivadora.
Tan afable, que era casi imposible no quedar prendado
de su aparente inocencia. El encanto de su plática,
su generosidad, el esplendor de sus modales,
el placer que producía su voz como de notas musicales,
como de cantar de pájaros, ganaron el consentimiento
y el deseo del aristocrático príncipe de Roma,
tribuno del pueblo, vencedor de tantas batallas,
dueño de la voluntad de propios y adversarios.
Cleopatra era la cultura griega y el oriente reunido
y el placer de la carne y la quimera
en una barca sobre las plácidas aguas del río Nilo
en las noches candentes del estío africano.
La reina quedó fija en la mente de César
como el ideal de la belleza y el sueño del futuro reunidos.
Pero Cayo Julio César volvió a Roma,
donde lo esperaba el poder omnímodo
y los alborotados puñales de sus taimados asesinos.
A la porra Rómulo y Remo,
los pastores de la loba,
a la porra los Tarquinos
y sus lenguajes etruscos,
a la porra Bíbulo, el miserable
que odia a César por puro gusto,
a la porra Clodio, el quieto poderoso
que se vanagloria porque es cónsul,
a la porra el mismo Cayo Julio César
que se pasea arrastrando
a su lenta tortuga desdichada,
como si fuera el dios de la plebe romana,
recibiendo las hurras
de los pobres entre los pobres,
regalándoles trigo, dictadorzuelo.
A la porra Galio, ese galán de taberna.
A la porra esos miserables
que viven de los muertos
con mucha gana, los sacerdotes romanos
que hacen los augurios
consultado a los cielos
o a las aves que pasan.
Que vivan solamente la pitanza
del día venidero, el pan y el vino
que ganamos con nuestras manos,
y tú, Marcia Metelli, porque te adoro
y te sueño cada día
entre súcubos y sirenas.
Que vivan solamente la pitanza
del día venidero, el pan y el vino
que ganamos con nuestras manos,
y tú, Marcia Metelli, porque te adoro
y te sueño cada día
entre súcubos y sirenas.
Contemplo las nubes que nacen abajo
en las laderas de la montaña.
Mi vista se pierde en los caminos del futuro
que serpentean la tierra labrada.
Estuve aquì con Dafne cuando era muy pequeña,
ahora ella vuela por el mundo
como un pàjaro plateado
y me toca guardar su casa ,
cuidar sus niños,
jugar con el perro, mimar a su gato.
Quédate con tu bombasí de encajes,
para iniciar el rito del amor, la locura, el nacimiento y la muerte,
quédate con tu bombasí de encajes.
Déjame palparte con los ojos
en esa transparencia que muestra
y esconde la tersura de tu piel
en esta noche de estrellas encendidas tan distantes.
Bajo el incierto resplandor lunar
guía mi mano al nudo de tu cintura
y desata conmigo nuestras respectivas tranquilidades,
y quédate, ahora sí, desnuda para que te vea
antes de extraviarme en el laberinto eterno
donde seré Nadie y todos los hombres.
Escucha el respirar animal que me habita,
siente mi galope en tu corazón,
el latir del mar, la marejada,
el camino luminoso de las estrellas,
la Vía Láctea en el oscuro oleaje
de millones de años.
Cierras las páginas de Confucio
y rompes a cantar.
Tu voz tiene el color
de la vainilla
en la noche de abril.
Elástico tu cuerpo,
es una flor que habla
cuando empieza a bailar.
Límpida fibra de la luz,
tu belleza deja perplejos
a los que beben
la copa de los sueños
en soledad.
¿Por qué crees tú, muchacha, que vives en la corte
recibiendo los cumplidos de poetas famosos,
que si tomo una copa de vino a orillas del mar
y hablo con una joven delicada que ama los libros,
aquel acto tan leve de alianza con el terciopelo líquido
ofende tus íntimos sentimientos? Los poetas son libres
y se casan con la noche, beben vientos y dolores,
se parecen a los niños y a los patriarcas longevos
que atraviesan los tiempos, solo dicen palabras
y palabras en los acantilados, en el centro de las plazas,
y se les recuerda por un tiempo cuando mueren.
Déjame pues, con mi copa de vino, con los rubíes,
el mundo es mío si miro a lo lejos los atardeceres
en las espumas de las aguas azules, déjame hablar,
no te pierdas en vanas disquisiciones. Por una palabra
mal dicha o inoportuna a veces se pierde todos los amaneceres.
¡Qué bella eras esa mañana
con rayos de sol
y cortina de nubes!
y contemplabas los hibiscos.
Me envolvía tu perfume
y cerré los ojos
como en un sueño.
Te veo todavía,
radiante y hermosa,
parecida a esas letras luminosas,
grandes y precisas,
que estaban al principio
de los manuscritos medievales.
Eres el sonido de la luz,
el motor de mi mundo,
mi ansia profunda y verdadera.
Desde la ventana de la habitación del hotel
veo un techo de tejas rojas,
el cielo celeste y las nubes fijas como copos de algodón.
Aquí estuve rodeado de risas
en las gradas de piedra de la Catedral,
deambulé por los callejones de la historia
entre centenares de transeúntes con chullos multicolores
o blancos sombreros en las mañanas radiantes,
me perdí en interminables noches imantadas,
en las calles de pétreos adoquines , alrededor de la Plaza,
y jugué en ocasiones pacientemente al ajedrez.
Hablé con numerosos amigos del antiguo esplendor
del imperio de los incas, de Garcilaso y su pluma prodigiosa,
de Juan Espinosa Medrano, Juan Chancahuaña de nombre original.
Sigo fascinado por la gran ciudad del Cusco,
la miro con los ojos asombrados del niño,
la descubro por primera vez,
como si yo mismo fuera un rayo de sol.
Tú eres el águila viajera,
vas por el mundo dando luces,
sobre el derecho de la gente,
derecho de los animales,
a vivir en los lomos de la tierra,
con la tranquilidad pasmosa
de los dueños de lo que existe
en todos los lugares bellos.
Un día estás en Cartagena,
otro en Estambul, la muy hermosa,
aterrizas riendo en Ginebra,
o cruzas oronda el Mar Rojo.
Skri Lanka te es muy propicia
pues te encantan los elefantes,
paseas en sus grandes lomos,
mueves las alas, lentas, rápidas.
Te gusta el café en Nueva York,
té con canela en La Paz,
olor de copihue en Santiago.
Calma, anuncias lo conocido,
te internas en lo nuevo siempre.
Eres águila encantadora,
nubes y cielos son tu patria.
Tú me haces falta como la luz, como el sueño, como el agua, como el sol,
sin ti camino dando tumbos como un oso dando pena
en el asfalto de la ciudad, en medio de la canícula del verano
o los vientos encontrados del otoño y la lluvia mordaz de los inviernos.
Me acomodo a tu presencia y a tus silencios, a tus desaforados trabajos,
a tus usos solitarios de los múltiples teléfonos.
Estoy haciéndote guardia en los vestíbulos, con mis papeles,
para que cuadres y pongas orden en el laberinto de mis pensamientos.
Hay tantas cosas que te debo, no alcanzan las jornadas
para decirlo o contarlo con las minucias respectivas.
Dame fuerzas para acabar lo principiado, para escribir sin parar
aquello que me dictan los dioses griegos, que son tan verdaderos
que no tienen libro de sanciones, ni llamas para réprobos,
solo proponen la justicia, el honor como un paraíso,
el amor entre los hombres y el cuidado de los niños.
Quedémonos contentos contemplando el sol de las mañanas,
y el disco de oro y rosa que se hunde en las aguas,
cuando la noche llega con su manto oscuro
y luego quedan en los cielos las estrellas como llamas lejanas.
Tú eres Daniel Alomías, el cóndor que baja de las altas nieves,
vienes volando con tus poderosas alas,
recorres todos los valles y climas, los caminos de herradura,
las multitudes de camélidos, llamas, vicuñas, alpacas, huanacos,
y las hermosas vizcachas de las sierras, llegas a orillas del mar
que huele a sal y a hermosura, cielos despejados,
nubes quietas o viajeras, sol del Mar del Sur,
y las estrellas como un manto lechoso en la bóveda celeste,
en las noches del estío y de la caléndula.
Traes música en tus ojos que escudriñan los horizontes,
el acompasado ritmo del paraíso que apenas conocen
los seres humanos, enceguecidos en el día luminoso.
Traes la alegría de la verdad del universo, que no tiene palabras,
ni siquiera las aproximadas, tú eres la indecible, la armonía perfecta,
un batir de alas majestuoso, que desde las altas cumbres del Perú
se esparce por el mundo y anida en todos los corazones.
Verte solamente un minuto
enciende la llama de mi corazón.
Vives en mi mente mientras vives
en tus asuntos, abstraída de mí.
Con una paloma mensajera
sostenida en el aire por el amor,
te digo que estás en lo que escribo,
todo el tiempo, aunque no siempre
escriba de ti.
En «Biblioteca del mar» Lima, ediciones Vicio perpetuo. 2013.
En tus asuntos, abstraída de mí.
Con una paloma mensajera
sostenida en el aire por el amor,
te digo que estás en lo que escribo,
todo el tiempo, aunque no siempre
escriba de ti.
Consumí mi juventud leyendo libros
y atisbé la independencia poniendo coto a mis deseos,
dejé de dudar cuando maduré y conocí mi suerte
bastante parecida a la de la mayoría de los seres humanos.
Fui entonces capaz de escucharlo todo y supe
que el prójimo es imprevisible, a veces injusto y malvado.
Soporté insultos y dicterios a pie firme
y arribando a la senectud pude dar libre curso a mis pasiones.
Mi afecto
no necesita probanza
porque lo sientes día a día
y sabes que alrededor de ti
he organizado
toda mi vida.
Don Quinto Horacio Flaco era pequeño, obeso,
tenía la frente comba, amplia, despejada,
sus cabellos eran cortos, con remolinos en el centro.
Gustaba como loco de las mujeres,
tenaz gozador de su soltería,
solía colocar espejos en la alcoba
para verse besando a las muchachas
en los amaneceres de su Roma.
Las ramas verdecidas de los olmos,
belleza de la rosa en primavera,
el pasar de los días tan hermosos,
la sensación de vida que es eterna,
las dejó en las líneas más perfectas
del latín pronunciado por romanos.
Tú tienes en los ojos verdes la pasión de ser mujer,
el brillo del intelecto, la calma espiritual,
una punzante pasión por la vida difuminada
en una suave sensualidad en las calles de Nueva York.
Muchos quisieron ir contigo a esas bancas de los parques
en el otoño y resistir los primeros fríos conversando
y luego entrar a un café para seguir viviendo lo compartido
en inacabables días donde tú representabas la perfección.
Eso no era para ti, pues llevas en las venas el agua de Heráclito,
el afinado transcurrir del tiempo, el crecimiento y el fin del amor.
Nunca estuviste dispuesta a historias de tristezas
y dejaste que Woody Allen y otros semejantes
se quedasen como estatuas de sal a la vera del camino.
Naciste para el espectáculo, para dar deleite a desconocidos,
arrebujados en la oscuridad de los teatros y los cines,
mirándote como a una diosa del celuloide que tiene
respuestas chispeantes, ocurrencias divertidas, en toda ocasión.
Quien no te ha visto en la pantalla, no conoce a ciencia cierta
cómo en el cine se dan la mano la profundidad y la ligereza,
y cómo lo más valioso de la vida, cuando una mujer tiene tanto talento,
aparece como un rayo de luz en lo cotidiano, en lo inesperado,
en una parlamento tuyo, Diane Keaton, personificado, para cada espectador.
Una vez te atisbé en Filipos, Quinto Horacio Flaco,
en los finales de la batalla, y vi que huías, desdichado.
Hasta ese momento te admiraba,
indiferente a lo que otros poetas, colegas tuyos,
llamaban la poquedad de tus versos.
Me gustaba tu noción de dorada medianía, la aspiración
a ser alguien, lejos de los honores fatuos,
y ese encandilamiento, la verdad, continúa.
También apreciaba tus palabras sobre el mundo presente,
aquellas que elogian a la flor del día como única,
irrepetible dicha, y eso sigue siendo válido.
Y me encantaban tus reflexiones sobre la fugacidad
de la vida en medio de las cuatro estaciones del año.
Pero tú escapabas de la batalla y eso quedó en mis retinas.
Te decías republicano y combatías en las huestes de Bruto,
el indeseable asesino de Cayo Julio César, su padre putativo.
Estabas equivocado, pero en fin, luchabas por lo que creías.
Salvaste la vida, verdad, y eso vale algo,
aunque huiste del fragor de la batalla.
Mañana estarás en Roma, mendigando un lugar
a los vencedores, a Octavio Augusto o a Mecenas.
¡Estoy segura! No te atrevas a escribirme,
no me busques, malandante, olvida mi nombre.
La que te besó en Filipos no existe, la has soñado.
Tú eres la gata blanca arisca del desierto,
comes raíces y lagartijas, hojuelas de las plantas,
vives días enteros trepada en las ramas
de los algarrobos de las arenas de Cartago
y tienes un amor que te quema las entrañas.
Hay un fuego azul que te posee el alma,
una gana de durar en lo imposible.
Tú eres eterna porque duras más que los furores,
pues eres el almizcle de la pasión de Cartago,
ronroneas entre el barro y los adobes,
en el mary el horizonte con sus encantos.
No existen dioses malos, ni dioses buenos,
todo Dios es terrible y verdadero.
Si sueñas a un ser divino, existe,
y se apodera de tus pensamientos.
Si en nombre de un Dios, tomas un arma y matas,
la deidad es inocente, tú eres el que lo ha hecho,
pero como vive en tu mente,
algo de tu culpa la roza y entristece,
aunque el horror desaparece cuando tú mueres
y tus cenizas y tus huesos vuelven al humus de la tierra.
Los cementerios están llenos
de iluminados que se creyeron dioses
y soñaron a otros dioses fieros.
¿Qué haces tú, Bíbulo, en los arrabales
de la ciudad eterna, consultando
a las estrellas, astros y planetas,
mientras fámulos tuyos garabatos
van dejando en los muros y en las vías
con insultos a Cayo Julio César?
Igual que él, tú ganaste el consulado,
tuviste el derecho de mandar
y de ser escuchado en toda Roma,
prefieres la ponzoña de la envidia,
los ácidos venenos del que pierde
su lugar en la memoria de su pueblo,
por mezquino, por torpe alucinado.
Ligado quedarás a Julio César,
serás el derrotado por los siglos,
el que quiso escribir y nada dijo,
anonadado por la sutil prosa
del vencedor de las guerras de Galia.
El verso te rescata del olvido
y te deja tiznado en esta historia.
Si el tiempo corroe las pirámides de Egipto
y transforma en porosas a las hermosas moles
de la isla de Santorín,
¿Cómo no va a hacer daño a aquella doncella
que en el amanecer de la Vía Apia canta
la eternidad de Roma, desafiando
los milenios, parpadeando pertinaz
en los principios del imperio?
Hay una linea azul sobre el cielo de Bogotá que semeja a un lago oriental pintado por Li Pa Las nubes negras combinan lo oscuro con la celeste claridad de los comienzos. Burbujean vehículos montacargas junto a pequeños aviones que tal vez viajen a los inmensos torreones de Cartagena de Indias y luce sus lirios amarillos y sus blancas.azaleas que van a ninguna parte hasta que se estrellan en la puerta estrecha
a Cali,que tiene pantera,
a Medellín, rojo bajo el sol radiante, a Armenia que huele a café
o a Tuluá, capital de la pena.
Pululan los pasajeros insomnes, sabandijas de rostros fantasmales
salidas de los dedos de Franz Kafka
que súbito se abre con gran ruido
y precipita a los viandantes ciegos
en un río amarillo, profundo y apacible
Acudo contigo a la casa de hielo
y llevamos nuestros ardores.
Las sombras deshacen los bloques
y chorrea el agua del olvido
entre nuestros pies desnudos.
Creyèndonos tiritar
tiemblan los que nos miran
y encendemos los juegos
mientras llega la noche de luciérnagas.
Arriba la luna, hermosa en sus presagios,
traga las montañas heladas
y nos manda su luz
para que dancemos
y entonces en esa casa de hielo
aparecen las llamaradas.
Nacido en el Perú
Tengo una manera extraña
me siento cosido a esta tierra
y donde quiera que vaya
respiro su aire.
Hablo, como peruano,
el castellano de los Andes.
Mis palabras son hachazos
y tienen el fulgor de los puñales.
Así me ha hecho el Perú,
a contrasuelazos.
«Un cuchillo corta montañas Y se escucha el grito de los náufragos»
MARCO MARTOS
Tus ojos son de agua.
Gotea el día y se hace noche,
humo tu mirada.
En dos siglos cae el vidrio
y se espesa en lo bajo.
Estás ahí en lo oscuro,
oculta de los catalejos,
en las zonas blandas.
Por el vidrio lenta baja mi lava,
la vida breve que no alcanza
para entrar en tu neblina.
El vidrio es un líquido,
añicos de gotas de agua.
Llega el sol y seca
los vitrales. Sólo quedan colores puros,
una iglesia de palabras.
Dibujè primero un rìo
con dos lìneas,
una casa con sus paredes anchas,
una vaca con su cara, y un dìa dibujè los sonidos
y ese fue el mejor tiempo,
juntè los sonidos con su magia
y tuve ls mismas palabras
que usaba mientras hablaba
y asì escribì de otro modo
rìo, vaca , casa,
y escribì tambièn
apetencia de lo eterno
que vive el corazòn
y en el alma.
Perdido en los abismos de los mares cálidos del sur
sigo a los grandes barcos como un lánguido compañero,
en el espesor de la niebla nocturna distingo con esfuerzo
las hermosas luces de las farolas en la popa y la proa.
En los amaneceres, cuando los marineros todavía duermen,
bajo a la cubierta y me acerco sigiloso a la bodega,
en busca de agua dulce y los restos de la pesca del día.
De manera que ha sido calificada como cómica,
camino lentamente entre los vericuetos de los camarotes
y apenas el sol asoma en el horizonte, cuando la vida humana
retorna a la superficie y se escuchan los gritos de los oficiales,
desaparezco por los aires y entre el cielo y el agua
doy la imagen de que me he quedado atraído por alguna isla encantada.
Pero no puedo separarme de los inmensos barcos,
como aquellos hombres que aman con obsesión
a las hermosas mujeres que los atormentan.
Mi destino es seguir como un esclavo la estela de los barcos,
no conozco una forma diferente de existencia.
Aunque amo el humo de los cafés de los barrios elegantes,
esa vida ociosa de mujeres con pieles de armiño y sonrisas,
calificadas de falsas por las damas serviciales y hacendosas,
mi destino es volar por los aires sin rumbo conocido,
porque no conozco las rutas de las embarcaciones que sigo,
me parezco en cierto sentido a esos marineros que me odian,
que me queman el pico con su pipa encendida
si caigo por descuido en sus manos y brazos poderosos,
como ellos no tengo amigos, ni mujer que adorne mi casa,
ni esperanza, ni sol ni luna, ni un hermoso camino.
Soy el aliado inconsciente de mis propios enemigos.
Una música delicada de Stuttgart
se esparce desde el campanario
por todo el valle. En medio
de los cantos de los pájaros
esas notas
llevan la alabanza de Dios
a todos los rincones de la tierra.
¡Qué fortuna nacer
en la tierra de Hölderlin, Schiller
y Mörike!
y hablar todos los días
el lenguaje con el que ellos
expresaron los sueños
de los hombres.
Elsbeth Pilgrim,
mujer buena,
nacida de la estirpe
de la roca de Stuttgart,
tú que has juntado
en tu trabajo
la lengua de Lutero
con la de Shakespeare
y con la muy antigua de Virgilio,
tan hermosas,
ahora escuchas cantarina
la lengua castellana
de Cervantes
en las infantiles cuerdas vocales
de Thomas Pilgrim
que dicen el nombre
del Perú con alegría
y luego el de Gœthe
en tu propia lengua.
En el sueño, abajo,
amenazas susurrantes
de la oscuridad primordial,
cavernas, aguas perpetuas
circulando entre las fogatas
y los hielos eternos.
¿Qué monstruos encontramos,
cuáles arrastramos por el fango
o viven en nuestros ojos ciegos?
Nadie lo sabe.
Oteamos una catástrofe al principio,
la enemistad entre los hombres,
el odio, los asesinatos,
las desdichas de los niños.
¿Para esto somos hombres?
Vivimos el crepúsculo,
la historia de los futuros
que no fueron:
muros silenciosos,
en medio de la meseta, feroces,
como en Sillustani,
donde silban todos los vientos,
como Hernán Cortés,
estudiando en Salamanca,
aspirando a sabio
o a ser un santo
muriendo de frío.
¿Acaso tú sabes,
George Steiner,
qué quiso decir
Schopenhauer cuando escribió:
“Perezca el mundo,
la música permanecerá”?
¿A qué se refería Kafka
cuando le dijo a Milena:
“Nadie canta con tanta pureza
como los que están
en el más profundo infierno;
su canto es lo que creemos
el canto de los ángeles”?
La belleza
que es sólo sonido,
es terrible
por los siglos de los siglos.
Suena y suena y suena
en la soledad del universo.
Y la vida continúa…, en este patio de locas contradicciones.
sobre poesía y otras alimañas - sulla poesia e altri parassiti - sobre a poesia e outros parasitas
Filosofía, literatura, humanidades.
Hécate, Ars Poetica. Revista Internacional de Poesía, Cuento y Teoría de la Poesía -/- Εκάτη, Ars Poetica. Διεθνής Επιθεώρηση Ποίησης, Διηγήματος και Θεωρίας της Ποίησης
"LA RIQUEZA, LA ACEPTACIÓN, LAS VERDURAS Y EL EJERCICIO, NO GARANTIZAN EL ÉXITO" John J. Ratey.
ISSN: 2955-8131 (En línea) / © Revista Kametsa
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